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En el teatro judicial canadiense, Dallas Brodie interpreta la censura bajo el foco de las instituciones sionistas, mientras Charlotte Kates, firme en la resistencia, se niega a abandonar el escenario.

La libertad de expresión es un valor incuestionable… salvo cuando incomoda a las democracias occidentales.


En este artículo, la investigadora y activista palestina Rima Najjar analiza cómo las llamadas “democracias occidentales” utilizan el lawfare —la guerra legal— como herramienta para silenciar la solidaridad con Palestina y criminalizar la disidencia. Desde Canadá, el caso contra Charlotte Kates revela el verdadero rostro de un sistema que habla de libertad mientras practica censura. Alkarama ofrece esta traducción al castellano para acercar estas reflexiones al público hispanohablante.

Charlotte Kates descubre los entresijos de la ideología sionista; Dallas Brodie la impone mediante procesos judiciales privados.

De la solidaridad con Palestina al silenciamiento legal: la maquinaria detrás del procesamiento de Brodie

I. El telón se alza sobre la represión

En Columbia Británica, una sala de audiencias se ha convertido en escenario —y el guion no se escribe en busca de justicia, sino en defensa de una ideología. Charlotte Kates, veterana defensora de los presos palestinos y coordinadora internacional de Samidoun, está acusada no de violencia, sino de disidencia. Su palabra, su solidaridad y su resistencia sin concesiones frente al proyecto sionista la han convertido en blanco.

Y ahora, mediante un mecanismo raramente utilizado —la acusación privada— Dallas Brodie, líder del partido OneBC y autoproclamada defensora de la moral pública, ha iniciado una causa penal contra Charlotte Kates. Se trata de un espectáculo de censura, un acto calculado de “lawfare” ideológico diseñado para criminalizar la disidencia y reconfigurar la resistencia como terrorismo.

Dallas Brodie es una apologista del colonialismo de asentamiento. Su expulsión del Partido Conservador de Columbia Británica se produjo tras burlarse de los supervivientes de las escuelas residenciales, llegando incluso a imitar testimonios sobre abusos sexuales infantiles. Líderes y organizaciones indígenas, incluida la Unión de Jefes Indios de BC, condenaron su retórica como negacionismo racista y la calificaron de crimen de odio.

Hoy, Brodie ha presentado una acusación privada contra Charlotte Kates, acusándola de terrorismo por un discurso pro-palestino en el que elogió el ataque de Hamás del 7 de octubre y defendió la liberación palestina.

La acción de Brodie no es una aplicación neutral de la ley. Es una representación —puesta en escena fuera de los tribunales, amplificada por ruedas de prensa y sostenida por la infraestructura sionista de presión en Vancouver. La causa de Brodie cuenta con el respaldo de dirigentes comunitarios que llevan años intentando silenciar a Kates, no por conductas delictivas, sino por su solidaridad inquebrantable con la resistencia palestina. Su palabra, sus viajes, sus vínculos: todo es reformulado como amenaza, no a la seguridad pública, sino a la comodidad ideológica del consenso colonial en Canadá.

En este espectáculo, Brodie no actúa sola. Es la cara visible de un aparato más amplio —uno que confunde antisionismo con antisemitismo, resistencia con extremismo y justicia con criminalidad. Su acusación no es una desviación de las normas canadienses: es su prolongación lógica. Revela cómo el proyecto sionista no se ejerce solo en la diplomacia y la política exterior, sino también en los tribunales locales, la presión comunitaria y la manipulación estratégica de la infraestructura legal.

Charlotte Kates se sitúa en el centro de esta tormenta como una activista de principios cuya palabra amenaza la frágil coherencia de la postura imperial canadiense. Su firme defensa de la liberación palestina expone la violencia estructural del asentamiento sionista y de sus cómplices globales. Al negarse a “suavizar” el lenguaje de la resistencia, Kates cuestiona no solo el apartheid israelí, sino también la complicidad del Estado canadiense en silenciar la soberanía indígena en su propio territorio.

Defenderla no es solo defender la libertad de expresión. Es defender la posibilidad misma de justicia en un país que ha olvidado cómo nombrar su propia complicidad.

II. El lawfare de Brodie: ideología disfrazada de justicia

La acusación privada de Dallas Brodie es un acto deliberado de guerra legal ideológica. Invocando el artículo 504 del Código Penal canadiense, Brodie elude la cautela institucional del Servicio de Fiscalía de BC e interpone cargos ella misma, transformando un mecanismo legal poco utilizado en un arma tosca de represión. Su objetivo: una disidente política cuya voz incomoda el consenso colonial.

Los cargos que Brodie busca —promoción deliberada del odio e incitación pública— no son nuevos. La policía de Vancouver ya los había recomendado meses atrás, citando el discurso de Kates en una concentración pro-palestina donde calificó de “heroico y valiente” el ataque de Hamás del 7 de octubre. Sin embargo, la Fiscalía de BC se negó a autorizarlos, alegando la elevada exigencia probatoria de las leyes canadienses sobre incitación al odio.

La intervención de Brodie no responde a un fracaso legal, sino a un rechazo de la contención legal. Reinterpreta la prudencia procesal como cobardía y se presenta como correctivo moral. Su modelo demuestra cómo la ley puede manipularse para fines políticos: cómo la disidencia puede ser convertida en extremismo y cómo el aparato estatal puede ser sorteado cuando no actúa como guardián ideológico.

Charlotte Kates no es procesada por violencia, sino por decir la verdad contundentemente. Su “delito” es la claridad: nombrar las estructuras de violencia colonial que Canadá prefiere encubrir. El lawfare de Brodie, en cambio, busca proteger ese relato, no al público.

III. Charlotte Kates: una activista de principios bajo asedio

Charlotte Kates es una activista de principios con décadas de trabajo en la defensa de presos palestinos, la resistencia anticolonial y los derechos humanos internacionales. Como coordinadora internacional de Samidoun, desempeña un papel central en un movimiento global que reivindica la dignidad de los encarcelados, los desposeídos y los silenciados. En Canadá, esta insistencia se ha vuelto intolerable.

Su discurso en octubre de 2024 —donde calificó el ataque de Hamás como “heroico y valiente”— fue incendiario, sí, pero coherente con la tradición retórica de la resistencia, que se niega a edulcorar el lenguaje de la lucha. Sus palabras no incitaron violencia: la señalaron. Nombraron la violencia de la ocupación, del asedio, de la negación colonial. Y al hacerlo, expusieron la fragilidad de la postura moral canadiense.

La criminalización de Kates busca contener ideológicamente. Sus viajes a Irán, su presencia en el funeral de Hassan Nasrallah, su discurso: no son crímenes, son actos políticos. Brodie los convierte en amenazas, no porque pongan vidas en peligro, sino porque desestabilizan narrativas.

Kates es castigada por lo que representa: una negativa a encajar en el respeto liberal y a diluir la resistencia en consignas digeribles. Su activismo revela contradicciones que Canadá no puede reconciliar: la distancia entre su retórica de derechos humanos y su complicidad material con el sionismo.

Defenderla es defender el derecho a hablar contra el imperio, contra la ocupación, contra la maquinaria legal y retórica que convierte la vida palestina en desechable.

IV. El silencio en Canadá: ¿por qué no hay reacción?

En EE.UU., organizaciones judías progresistas como Jewish Voice for Peace se han movilizado contra el lawfare sionista. En Alemania, grupos como Jüdische Stimme han desafiado la represión estatal. En Canadá, en cambio, el silencio es ensordecedor. La acusación de Brodie contra Kates ha sido recibida con aplausos, no con indignación.

Este silencio es estructural. Décadas de influencia de organizaciones como CIJA y B’nai Brith han moldeado el discurso público, la interpretación legal y la legitimidad comunitaria. Apenas queda espacio para voces judías disidentes, y mucho menos para aliados no judíos que temen represalias o acusaciones de antisemitismo.

El progresismo canadiense ha fallado: las organizaciones de derechos civiles, juristas y defensores de derechos humanos han evitado el caso, incómodos con una figura cuyo discurso desafía el respeto liberal. Se revela así el límite del progresismo canadiense: solo defiende derechos cuando se expresan con cortesía.

V. El proyecto sionista y el legado imperial de Canadá

La política exterior canadiense está entrelazada con la lógica imperial que sostiene al sionismo. Desde su papel en el plan de partición de 1947 hasta el actual respaldo militar y diplomático a Israel, Canadá no ha sido actor secundario, sino protagonista. Esa coherencia imperialista persiste hoy.

El lawfare de Brodie es un ejemplo de cómo el sionismo se ejerce también a través de tribunales locales, presión comunitaria y manipulación narrativa. Su acusación no es un acto aislado, sino un ritual.

VI. Conclusión: hacia una rendición de cuentas descolonial

La acusación de Brodie refleja la complicidad canadiense, la arquitectura del sionismo y el silencio institucional. Es una advertencia: la ley puede usarse no para castigar delitos, sino para reprimir la verdad.

Defender a Charlotte Kates no es solo defender la libertad de expresión. Es defender el derecho a hablar contra el imperio, la ocupación y la maquinaria legal que despoja de valor la vida palestina. La justicia no tiene que ser respetable ni esperar turno para ser real.

Canadá debe confrontar su legado imperial, no con disculpas, sino con rupturas. Y debe abrir espacio para voces como la de Kates, no como disidencia tolerada, sino como verdad necesaria.

Charlotte Kates, coordinadora internacional de Samidoun: Red de Solidaridad con los Presos Palestinos
Charlotte Kates, coordinadora internacional de Samidoun: Red de Solidaridad con los Presos Palestinos

Desde Alkarama, Movimiento de Mujeres Palestinas, queremos reafirmar con claridad nuestra posición: toda la maquinaria de represión, el lawfare y la censura no lograrán acallar las voces libres que denuncian la ocupación y defienden la resistencia.

Expresamos nuestra total solidaridad y apoyo inquebrantable a nuestra camarada Charlotte Kates, cuyo compromiso con la justicia y con la liberación de Palestina es también el nuestro. Su voz es parte de nuestra lucha colectiva y, frente a los intentos de criminalizarla, respondemos con más unidad, más firmeza y más resistencia.

¡Palestina vencerá, y ninguna corte podrá silenciar la verdad!


✍️ Rima Najjar es palestina, con raíces familiares en Lifta —aldea expulsada en la periferia occidental de Jerusalén— e Ijzim, al sur de Haifa. Activista, investigadora y profesora jubilada de literatura inglesa en la Universidad de Al-Quds, Cisjordania ocupada.

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