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Israel no merece impunidad: la CPI y el mundo deben decidir

¿Quién hará cumplir el derecho internacional y quién se opondrá a él?

Rima Najjar

Nota de la autora

Si lees esto y sientes ira, dolor o incredulidad , no lo olvides. Ese sentimiento está más cerca de la justicia que el silencio.

Este ensayo trata sobre la maquinaria de la impunidad y el costo de su preservación . Las órdenes de arresto de la CPI pueden parecer documentos técnicos, pero describen lo que han vivido los palestinos: asedio, hambruna, exterminio. Marcan un momento excepcional en el que el derecho internacional se atrevió a hablar en contra del imperio. Y exponen lo que sucede cuando esa expresión es castigada.

Si el lenguaje legal resulta distante, que sirva de recordatorio: la distancia es parte del diseño. Los sistemas que rigen la justicia global fueron construidos por Occidente para parecer neutrales, procedimentales, por encima de las emociones. Pero la neutralidad tiene un costo, y en Palestina, ese costo se mide en vidas sepultadas bajo escombros, en hospitales sin anestesia, en niños a los que se les niega el alimento porque su supervivencia se considera política.

Así pues, analicemos los marcos legales para exponer cómo Israel, con el respaldo de Estados Unidos, manipula el derecho internacional para proteger su poder. Mi ensayo se pregunta qué sucede cuando el mundo nombra a los responsables y luego se niega a actuar. E insiste en que la lucha por la justicia no es solo una lucha palestina. Es una prueba de si la humanidad aún cree en la rendición de cuentas .

I. Un fundamento jurídico: la jurisdicción de la CPI y los cargos

El 20 de mayo de 2024, el fiscal de la Corte Penal Internacional (CPI), Karim Khan, anunció su intención de solicitar órdenes de arresto contra el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y el ministro de Defensa, Yoav Gallant. Los cargos—exterminio, inanición como método de guerra y ataques intencionales contra civiles— no son tecnicismos jurídicos abstractos. Están vinculados a los cuerpos de más de 35.000 palestinos asesinados desde octubre de 2023, la mayoría mujeres y niños, muchos de ellos enterrados bajo los escombros de viviendas, hospitales y refugios de la ONU.

La solicitud de Khan se produjo tras meses de documentación forense: imágenes satelitales de barrios bombardeados, comunicaciones interceptadas que sugerían intenciones y miles de páginas de testimonios de testigos presenciales e informes de ONG. Organizaciones como Al-Haq, Médicos Sin Fronteras y la Comisión de Investigación de la ONU presentaron pruebas que detallaban las tácticas de asedio sistemáticas de Israel: obstrucción deliberada del suministro de alimentos, agua y ayuda médica; ataques a corredores de evacuación; y bombardeos repetidos de infraestructura civil, como escuelas y hospitales.

Legalmente, la acción de Khan se fundamenta en el Artículo 58 del Estatuto de Roma, que autoriza al Fiscal a solicitar órdenes de arresto a la Sala de Cuestiones Preliminares cuando existan “motivos razonables para creer” que una persona ha cometido crímenes dentro de la competencia de la Corte. Israel intentó impugnar la jurisdicción de la Corte en virtud de los Artículos 18 y 19, argumentando que Palestina no es un Estado soberano y, por lo tanto, no puede conferir competencia. Pero la Sala de Cuestiones Preliminares rechazó por unanimidad estos argumentos, reafirmando su fallo de 2021 de que Palestina, como Estado Parte del Estatuto de Roma desde 2015, tiene legitimación para activar la jurisdicción de la Corte sobre los crímenes cometidos en su territorio.

Las órdenes de arresto contra Netanyahu y Gallant nunca fueron simbólicas, sino estructurales. No solo nombraban a personas, sino a la arquitectura del exterminio. Y ahora, esa arquitectura está siendo excavada aún más. Una nueva presentación ante la CPI, presentada bajo el Artículo 15, nombra a veinticuatro soldados y comandantes israelíes, incluidos seis de la 401.ª Brigada Blindada, por su papel en la ejecución de Hind Rajab, su familia y los paramédicos que intentaron llegar hasta ella. La denuncia incluye evidencia forense, registros de comunicaciones y documentación visual. No pide indignación. Pide rendición de cuentas .

II. El cisma global: entre la ley y la lealtad

El anuncio que hizo Khan en 2024 desencadenó un ajuste de cuentas global, dividiendo a la comunidad internacional en dos bandos: los que apoyaban retóricamente el derecho internacional y los que se guiaban por el duro cálculo de la lealtad geopolítica.

Organizaciones de derechos humanos, como Amnistía Internacional y Human Rights Watch, celebraron la medida, considerándola un paso largamente esperado hacia la rendición de cuentas. Sudáfrica, Colombia y Bélgica reafirmaron públicamente su obligación de cooperar con la Corte. Argelia, Yibuti y Egipto celebraron la decisión como un paso necesario para acabar con la impunidad. La Unión Africana emitió una declaración instando a todos los Estados miembros a respetar la independencia de la CPI y a cumplir con sus obligaciones legales.

Pero la reacción de los aliados de Israel fue rápida y coordinada. Funcionarios estadounidenses calificaron la medida de «indignante», y el gobierno de Trump amenazó con imponer sanciones en represalia contra el personal de la CPI. El presidente de la Cámara de Representantes, Mike Johnson, presentó una legislación para penalizar la cooperación con la Corte. Alemania, Estado Parte del Estatuto de Roma, expresó su «seria preocupación» por la jurisdicción de la Corte sobre ciudadanos israelíes. Francia indicó que no arrestaría a un líder israelí en funciones. Hungría fue más allá: invitó a Netanyahu a una visita oficial y anunció su retirada total del Estatuto de Roma.

Estas reacciones no eran refutaciones legales, sino escudos políticos. Reflejaban un consenso geopolítico que prioriza las alianzas estratégicas sobre la aplicación del derecho internacional. El mensaje era inequívoco: la ley se aplica a los enemigos, no a los aliados.

III. El dilema de la aplicación de la ley: autoridad legal vs. parálisis política

Las órdenes de arresto de la CPI se emiten con base en una clara autoridad legal. Sin embargo, carece de un órgano de ejecución. Depende completamente de los Estados miembros para ejecutar sus órdenes, detener a sospechosos y hacer cumplir sus fallos. La parálisis política se produce cuando esos Estados —especialmente los poderosos— se niegan a cooperar, obstruyen la ejecución o socavan activamente la legitimidad de la Corte.

Esta parálisis se materializa de varias maneras:

  • Falta de cooperación por parte de los Estados miembros: países como Alemania y Francia pueden afirmar públicamente el estado de derecho pero negarse silenciosamente a arrestar a funcionarios israelíes, alegando “interés nacional” o “inmunidad diplomática”.

  • Protección política por parte de los aliados: Estados Unidos, aunque no es miembro de la CPI, ejerce una enorme influencia al amenazar con sanciones, prohibiciones de visas e incluso el procesamiento del personal de la CPI.

  • Sabotaje diplomático y legal: Israel y sus aliados presionan para deslegitimar la condición de Estado de Palestina o cuestionar la imparcialidad de la Corte, a pesar de los fallos claros de la Sala de Cuestiones Preliminares.

  • Deslegitimación retórica: al calificar a la CPI de “antisemita” o “politizada”, los funcionarios israelíes desplazan la narrativa de la rendición de cuentas legal a la guerra ideológica.

  • Precedente de ejecución selectiva: Las órdenes de arresto contra Omar al-Bashir de Sudán y Vladimir Putin de Rusia no fueron ejecutadas por Estados renuentes a desafiar el poder. Este precedente amenaza con repetirse.

La indignación selectiva no es nueva. Cuando la CPI emitió órdenes de arresto contra Vladimir Putin y Maria Lvova-Belova en marzo de 2023, apenas tres semanas después del inicio del conflicto en Ucrania, los cargos se centraron en la presunta deportación ilegal de niños ucranianos. Sin embargo, las pruebas eran escasas, el cronograma apresurado y el mensaje político, inequívoco. Ucrania afirmó que 20.000 niños habían sido «secuestrados», pero solo pudo presentar una lista de unos pocos cientos, muchos de los cuales se reunieron posteriormente con sus familias tras una identificación adecuada.

La CPI actuó con rapidez, a pesar de la falta de documentación fundamentada, y las potencias occidentales respaldaron las órdenes de arresto como un imperativo moral. Comparemos esto con Palestina. En este caso, la documentación es extensa, detallada y corroborada por décadas de información sobre derechos humanos. Los crímenes no son especulativos: se filman, se archivan y se viven. Y, sin embargo, cuando la CPI se atreve a nombrar a funcionarios israelíes, las mismas potencias que aplaudieron la acusación contra Putin retroceden indignadas. No se elogia a la Corte por su independencia; se la tacha de antisemita, ilegal y desestabilizadora.

Esto no es solo hipocresía. Es una manipulación estructural del derecho mismo. La CPI se configura en ambos sentidos: se convierte en un arma cuando el imperio exige una acusación, y se desacredita cuando el imperio es el acusado. Las acusaciones espurias se elevan a cruzadas morales; las atrocidades bien documentadas se entierran bajo la indignación diplomática. El resultado es un orden jurídico que no protege a los vulnerables, sino que protege al poder de la rendición de cuentas.

El mensaje es inequívoco: la ley se aplica a los enemigos, no a los aliados.

¿Y quiénes son esos enemigos? Son los líderes de estados fuera del sistema de la alianza occidental —figuras como Al-Bashir, Gadafi y Putin— , cuyas acusaciones fueron aclamadas como victorias de la justicia internacional. Su procesamiento no representó ninguna amenaza para el orden geopolítico.

Pero cuando la CPI vuelve su mirada hacia Israel, un aliado cercano de Estados Unidos y eje central de las redes militares y de inteligencia occidentales, la legitimidad misma de la Corte se pone en tela de juicio. El escrutinio legal se convierte en » guerra jurídica «.

La rendición de cuentas se convierte en un sesgo. Los mismos gobiernos que una vez defendieron la autoridad de la CPI ahora buscan desmantelarla.

Esto no es un fallo de la ley. Es una negativa a actuar en consecuencia. Es el momento en que la claridad jurídica se topa con la obstrucción geopolítica, y la justicia se estanca no por falta de pruebas, sino por falta de voluntad.

IV. El coste para Palestina: legal, material y simbólico

Las consecuencias para Palestina son profundas.

Desde el punto de vista jurídico, la investigación de la CPI es una de las pocas vías que quedan para la rendición de cuentas internacional. Sus órdenes de arresto señalan el reconocimiento del sufrimiento palestino no como daños colaterales, sino como resultado de una política deliberada y procesable.

Cuando los Estados poderosos obstruyen estas órdenes, anulan dicho reconocimiento. Declaran, en efecto, que las vidas palestinas están por debajo del umbral de la preocupación legal.

Materialmente, la obstrucción fomenta más violencia. Desde que la CPI anunció su intención de emitir órdenes de arresto, Israel ha intensificado su campaña militar en Gaza con una precisión devastadora. Solo en junio de 2024, los ataques aéreos israelíes mataron a más de 2.300 palestinos, incluyendo más de 80 que se refugiaban en escuelas y clínicas médicas administradas por la UNRWA. Bloques residenciales enteros en Rafah y Jabalia fueron arrasados en ataques consecutivos, muchos sin previo aviso. El ataque a las rutas de evacuación, previamente designadas como «corredores seguros» por las autoridades israelíes, resultó en un gran número de víctimas, incluyendo familias que intentaban huir al sur. Estas acciones reflejan directamente las acusaciones formuladas por la CPI: el uso del hambre como método de guerra, el ataque intencional a civiles y la destrucción sistemática de infraestructura esencial para la supervivencia.

A los convoyes de ayuda humanitaria se les ha negado repetidamente la entrada o han sido bombardeados en ruta, a pesar de la coordinación con agencias internacionales. Los hospitales que quedan en Gaza operan sin electricidad, antibióticos ni suministros quirúrgicos. Los cirujanos informan que realizan amputaciones sin anestesia. El colapso deliberado de la infraestructura médica no es casual, sino estratégico. Coincide con las pruebas de exterminio y castigo colectivo presentadas por la CPI.

La negativa a aplicar la CPI justifica enviar señales a Israel de que puede intensificar la situación sin consecuencias. Transforma el escrutinio legal en un gesto vacío y convierte el silencio internacional en complicidad. Cada acto de obstrucción se convierte en luz verde para nuevas atrocidades.

Simbólicamente, la deslegitimación de la CPI refuerza la eliminación de Palestina del orden internacional. Cuando Netanyahu respondió a las órdenes de arresto de la CPI calificándolas de «ultraje moral de proporciones históricas» y « antisemitas », omitió abordar el fondo de las acusaciones. Reformuló el escrutinio legal como persecución racial, desdibujando la distinción entre la crítica a la violencia estatal y el odio a la identidad judía.

Este juego de manos retórico fue repetido por el presidente de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Mike Johnson, quien calificó las acciones de la CPI de » ilegales » y acusó a la Corte de «atacar a Israel simplemente por defenderse». Los funcionarios alemanes expresaron su «grave preocupación» por las órdenes de arresto, mientras que el presidente francés, Emmanuel Macron, habría dicho a sus asesores que «Francia no será parte de la criminalización del liderazgo israelí».

Estas declaraciones no refutan la evidencia, sino que la borran. Representen el sufrimiento palestino como una amenaza para la democracia liberal y el derecho internacional como un arma utilizada por los enemigos de Occidente. Palestina, desde este punto de vista, no es un escenario de atrocidades masivas, sino un lastre diplomático. Sus reclamos de justicia no se tratan como acusaciones urgentes, sino como provocaciones desestabilizadoras.

El efecto es silenciador. Cuando la rendición de cuentas legal se tilda de antisemitismo, el testimonio palestino se vuelve sospechoso. Cuando los aliados occidentales adoptan este enfoque, indican que el orden internacional no protegerá a los palestinos, sino que se protegerá a sí mismo de ellos. La legitimidad de la CPI no solo se ve socavada, sino que se redefine como peligrosa cuando se aplica al imperio .

V. La resistencia coordinada: la defensa de la legitimidad de la Corte

Cuando la CPI se atreve a nombrar no solo a ministros, sino también a soldados —cuando rastrea la cadena de mando hasta los que apretaron el gatillo—, la reacción se intensifica. La mención de seis soldados de la 401.ª Brigada Blindada de Israel no es una provocación. Es un acto legal. Pero en un mundo donde el imperio es inmune y la ley es condicional, tal mención se considera una herejía. El sistema no se horroriza ante el crimen, sino ante la audacia de nombrarlo.

En respuesta, está surgiendo una reacción coordinada, aunque su eficacia sigue siendo desigual.

En febrero de 2025, nueve países —Belice , Cuba, Namibia, Honduras, Senegal, Sudáfrica, Colombia, Bolivia y Malasia— formaron el Grupo de La Haya, una coalición diseñada explícitamente para defender la CPI y apoyar el derecho de Palestina a la reparación legal. Su declaración conjunta reafirmó la obligación de poner fin a la ocupación israelí y defender la autodeterminación palestina.

Más que simbólico, el grupo se comprometió a coordinar medidas jurídicas, diplomáticas y económicas, incluidas restricciones a las transferencias de armas que puedan violar la Convención sobre el Genocidio.

Sudáfrica ha asumido un papel protagónico. Remitió a Israel ante la CPI y presentó una demanda por genocidio ante la Corte Internacional de Justicia. Su equipo legal, encabezado por el ministro de Justicia Ronald Lamola, ha presentado el caso no solo como una defensa de los derechos palestinos, sino como una prueba de la credibilidad del sistema internacional.

La sociedad civil también se está movilizando. Grupos de derechos palestinos como Al-Haq, el Centro Palestino para los Derechos Humanos y Al-Mezan han presentado extensa documentación a la CPI, a pesar de enfrentar sanciones de represalia por parte de Estados Unidos, que los designó como “afiliados al terrorismo” en septiembre de 2025. Académicos jurídicos de Europa, América Latina y Japón han emitido declaraciones públicas defendiendo la jurisdicción e imparcialidad de la CPI.

Pero la resistencia se enfrenta a límites estructurales. El Grupo de La Haya no puede obligar a realizar arrestos. La sociedad civil no puede anular las sanciones. Incluso Estados miembros de la CPI, como el Reino Unido y Alemania, se muestran reticentes. El resultado es un panorama fragmentado: el apoyo vocal del Sur Global se enfrenta al silencio estratégico —o la obstrucción activa— de Occidente.

VI. Conclusión: Un orden internacional fracturado

Las órdenes de arresto de la CPI han resquebrajado la fachada de la impunidad. Pero la campaña israelí para criminalizar a la Corte amenaza con sellar esa ruptura antes de que la justicia pueda fluir a través de ella.

La estrategia de Israel no es simplemente un ataque a los derechos palestinos: es un ataque a la idea misma de que la ley puede proteger a los vulnerables del poder.

Sabotear la CPI es declarar que las atrocidades solo se juzgarán cuando resulte políticamente conveniente. Es una traición a la promesa más fundamental de la humanidad: que el sufrimiento no será ignorado y que la justicia no estará reservada para los poderosos.

La estrategia de Israel es clara: desacreditar la institución, deslegitimar sus hallazgos y garantizar que ningún funcionario sea juzgado jamás. Estados Unidos y otros aliados se han sumado a este esfuerzo, no para defender la ley, sino para defender el poder.

Y, sin embargo, la resistencia es real. El Grupo de La Haya, el caso de Sudáfrica ante la CIJ y la movilización de la sociedad civil marcan un cambio en el panorama mundial. Estos actores no solo defienden la CPI, sino que defienden el principio de que las vidas palestinas no son desechables y de que el derecho internacional debe aplicarse incluso ante la resistencia del imperio.

La eficacia de esta resistencia sigue siendo incierta. No se han realizado arrestos. Los Estados occidentales siguen obstruyendo. Pero la narrativa está cambiando. Las acciones de la CPI han obligado al mundo a identificar a los perpetradores, no solo a las víctimas. Han expuesto el andamiaje ideológico que encubre la violencia israelí y han replanteado a Palestina no como una crisis, sino como un caso.

Este cambio se dramatizó en septiembre de 2024, cuando Netanyahu viajó a Nueva York para dirigirse a la Asamblea General de las Naciones Unidas. Las redes sociales estallaron con especulaciones y sátiras sobre su ruta de vuelo, después de que surgieran informes de que su equipo había desviado el viaje para evitar el espacio aéreo sobre los estados miembros de la CPI. Hashtags como #FlightFromJustice y #ICCDetour fueron tendencia durante días, con usuarios rastreando la trayectoria de su avión en tiempo real y burlándose de la ironía de un líder que denuncia a la CPI mientras maniobra para evadir su alcance. Los videos de TikTok unieron clips de su discurso con mapas del vuelo desviado, subtitulado «La impunidad tiene un plan de vuelo». El espectáculo convirtió la vulnerabilidad legal en teatro público e hizo visible lo que las órdenes judiciales ya habían declarado: que incluso los poderosos ahora deben calcular sus movimientos teniendo en cuenta la ley.

Si este momento se mantiene, podría marcar el comienzo de una nueva arquitectura jurídica y moral, una que se niegue a subordinar la justicia a la geopolítica.

Si fracasa, confirmará lo que los palestinos saben desde hace tiempo: que el orden internacional no fue diseñado para impartir justicia, sino para proteger el poder imperial. Que su arquitectura —desde los vetos hasta las exenciones y la aplicación selectiva de las leyes— se construyó para proteger a los poderosos, no para defender a los perseguidos. Y que cuando los palestinos exigen rendición de cuentas, el sistema no cede, sino que los tilda de desestabilizadores.

Se está redactando el expediente. Existen las órdenes judiciales. Las pruebas son públicas. Se están formando alianzas. Y la pregunta sigue siendo:

¿Quién hará cumplir la ley y quién se opondrá?

Rima Najjar es palestina, cuya familia paterna proviene de Lifta, una aldea despoblada a la fuerza, en las afueras occidentales de Jerusalén, y su familia materna es de Ijzim, al sur de Haifa. Es activista, investigadora y profesora jubilada de literatura inglesa en la Universidad Al-Quds, Cisjordania ocupada.

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