Cargando

Nuestros cuerpos no son territorio de conquista: Alkarama denuncia la violencia colonial

La violencia sexual ejercida por las fuerzas de ocupación contra mujeres, niñas y hombres palestinos no es un fenómeno aislado ni accidental: es una política estructural inscrita en el sistema colonial que oprime a nuestro pueblo. Desde Alkarama, Movimiento de Mujeres Palestinas, denunciamos estas prácticas como crímenes de guerra y crímenes de violencia racializada y de género, y llamamos al feminismo global a romper su silencio. Este manifiesto afirma nuestro compromiso con la vida, la dignidad y la justicia, y exige coherencia, coraje y acción internacional frente al genocidio en curso contra Palestina.

MANIFIESTO FEMINISTA DE ALKARAMA POR LA VIDA, LA DIGNIDAD Y LA JUSTICIA

Nosotras, integrantes de Alkarama, Movimiento de Mujeres Palestinas, alzamos la voz para hablar de Palestina, un territorio devastado por la ocupación, el asedio y un patrón de violencia que organismos internacionales han documentado perfectamente. No hablamos desde la abstracción: hablamos como parte de un pueblo que vive la intensificación de un genocidio, apartheid y limpieza étnica, y desde una memoria que se niega a ser borrada.

Según la Comisión Internacional de Investigación de Naciones Unidas, en su informe presentado al Consejo de Derechos Humanos el 13 de marzo de 2025, la violencia sexual ejercida por fuerzas israelíes —violaciones, torturas, desnudos forzados, humillaciones públicas— no son hechos aislados, sino prácticas recurrentes dentro de una lógica militar colonialista que apunta específicamente a mujeres y niñas palestinas. El mismo informe denuncia la destrucción deliberada de centros de salud reproductiva, maternidades, clínicas de salud sexual e incluso un centro de fertilización in vitro. La Comisión advierte que estos ataques afectan la existencia misma del pueblo palestino, pues dañan la capacidad de reproducir vida, sostener comunidad y garantizar futuro.

Amnistía Internacional ha verificado testimonios que confirman estos patrones: mujeres sometidas a tortura sexual en centros de detención, abusos normalizados dentro de estructuras militares y fallas profundas en los mecanismos de rendición de cuentas. Otro reporte técnico de la ONU, que examina operaciones militares entre octubre y diciembre de 2023, describe episodios de desnudo forzado, amenazas de violación y grabaciones humillantes realizadas por soldados: una violencia sexual usada como herramienta para quebrar dignidad, imponer miedo colectivo y reforzar dominación política.

No estamos ante “excesos” individuales: los informes muestran una estrategia, una lógica de poder donde la violencia de género opera como mecanismo colonial para disciplinar cuerpos, destruir tejido social y atacar la continuidad comunitaria. La destrucción de infraestructuras reproductivas, señalada también por Euro-Med Human Rights Monitor, no es marginal: es estructural. Se inscribe en una política que castiga no solo a las mujeres del presente, sino a las generaciones futuras.

Esta violencia ocurre en un contexto donde la impunidad es norma. La Comisión de la ONU advierte que muchos de estos abusos se ejecutan con “orden explícita o incentivo implícito” de mandos militares y civiles. Organizaciones internacionales señalan que el 98% de las denuncias contra militares por abusos contra personas palestinas se cierran sin sanciones. La Corte Suprema israelí ha avalado prácticas de detención —aislamiento, interrogatorios sin supervisión, desnudez forzada— que facilitan abusos graves. Cuando no existen consecuencias, la violencia se vuelve rutina, se desplaza de un territorio a otro y se enraíza en la institucionalidad.

En contextos coloniales, la violencia sexual no es accidental: es un modo de gobernar. Lo fue en Argelia, en la India bajo dominio británico, en Irlanda, en Sudáfrica; hoy lo vemos de nuevo en Palestina. Los cuerpos de las mujeres colonizadas son tratados como territorios conquistables, no como sujetos de derecho. La violencia sexual reafirma jerarquías raciales, nacionales y militares. Es un mensaje político: “Tu cuerpo no te pertenece; tu pueblo, tampoco”.

El discurso público emitido por algunos líderes políticos, figuras militares y sectores mediáticos israelíes —lenguaje que deshumaniza, animaliza o promueve la idea de “borrar generaciones”— no es irrelevante: prepara el terreno para que la violencia extrema, incluida la sexual, sea socialmente tolerable. La deshumanización siempre precede al crimen, porque facilita lo que de otro modo sería inaceptable.

Pero que nadie confunda nuestro dolor con rendición. Las mujeres palestinas no somos únicamente cuerpos vulnerados; somos también cuerpos que participan de la resistencia, que sostienen la vida en medio del colapso. A pesar del asedio, seguimos organizándonos comunitariamente, escribiendo nuestra propia narrativa. Seguimos defendiendo nuestra dignidad y el derecho innegociable a habitar nuestra tierra. Conservamos la memoria de quienes nos precedieron y custodiamos la esperanza de quienes vendrán. Somos las que levantan escuelas entre ruinas, las que esconden semillas en los bolsillos, las que transmiten historias. En medio de la devastación, proclamamos —con firmeza— que nuestro pueblo tiene futuro. Que la vida palestina no puede ser borrada. Que nuestra resistencia es lucha, es legado y es afirmación radical de existencia.

La violencia sexual en contextos de ocupación y detención no afecta únicamente a mujeres y niñas: organismos de derechos humanos han documentado también agresiones sexuales, humillaciones y vejaciones dirigidas contra hombres palestinos, especialmente en situación de detención o cautiverio. Diversos informes de mecanismos de la ONU sobre tortura y detención arbitraria han señalado patrones de desnudez forzada, amenazas de violación, tocamientos, exposición degradante ante cámaras y castigos sexuales perpetrados por personal militar o de seguridad israelí. Estas prácticas, que constituyen tortura según el derecho internacional, buscan quebrar la integridad física y psicológica de los hombres palestinos, atacar su dignidad y su identidad social, y funcionan como un mecanismo de control colonial y dominación colectiva. La violencia sexual contra hombres —frecuentemente silenciada por tabúes culturales, estigma social y miedo a represalias— es parte del mismo entramado de agresiones que buscan destruir la cohesión de la comunidad palestina y reforzar un régimen basado en la humillación, el despojo y la deshumanización sistemática.

Sin embargo, lo más doloroso no es solo la violencia del ocupante. Es también el silencio de demasiadas voces feministas globales, incapaces de nombrar lo que ocurre o de incorporarlo en sus agendas. Este silencio no es neutral: reproduce desigualdades coloniales dentro del propio feminismo. Cuando el sufrimiento de una mujer palestina se vuelve “complicado”, “controvertido” o “no prioritario”, lo que se está diciendo —sin decirlo— es que su vida vale menos.

El feminismo palestino lo ha señalado por décadas: no existe emancipación si no se enfrentan las estructuras que producen guerra, ocupación, racismo y despojo. Pero parte del feminismo global prefiere no mirar, porque hacerlo implicaría cuestionar alianzas geopolíticas, revisar el rol del colonialismo histórico europeo y descentrar el feminismo blanco como sujeto universal. Esa resistencia a incomodarse se transforma en complicidad estructural.

La llamada “neutralidad humanitaria” de algunas instituciones refuerza el problema: evita nombrar al perpetrador, convierte la violencia política en simple “crisis humanitaria”, despolitiza los cuerpos y borra a las mujeres palestinas como sujetos de resistencia. Neutralidad en un contexto colonial es tomar partido por el poder.

Hoy afirmamos con claridad: la violencia sexual contra mujeres palestinas es violencia colonial, violencia de guerra, violencia racializada y violencia de género. Y denunciarla es un imperativo feminista universal.

Por eso decimos, a las feministas del mundo:

No pedimos caridad.
Pedimos coherencia.
Pedimos coraje.

Pedimos que nombren lo que ocurre. Que exijan investigaciones independientes. Que sostengan campañas de presión internacional. Que apoyen el trabajo de defensoras palestinas. Que integren la ocupación, el colonialismo y la violencia racial en sus agendas urgentes. Que rechacen la relativización de nuestra existencia.

Pedimos que el feminismo global decida si su horizonte es verdaderamente universal o si continúa reproduciendo jerarquías coloniales.

Porque nuestra lucha no es solo palestina: es una lucha global contra todas las formas de poder que creen que algunos cuerpos valen más que otros.
Porque mientras Gaza arde, mientras nuestras mujeres son violentadas, encarceladas o borradas del registro público, mientras la impunidad se profundiza, el silencio feminista también mata.

Nosotras seguiremos hablando.
Nosotras seguiremos resistiendo.
Nosotras seguiremos nombrando.
Nosotras seguiremos vivas.

2 comentarios en “Nuestros cuerpos no son territorio de conquista: Alkarama denuncia la violencia colonial

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *