Publicamos a continuación la traducción al castellano de este artículo de la investigadora palestina Rima Najjar, originalmente publicado en inglés en su blog. En este texto, Najjar reflexiona sobre el papel del movimiento Masar Badil frente a la arquitectura de la llamada “democracia” israelí, desmontando su narrativa de inclusión y visibilizando las formas de control, borrado y represión que configuran el régimen sionista desde dentro de la Línea Verde (Territorios Palestinos ocupados en 1948) hasta la Franja de Gaza.
Masar Badil y la acusación contra la “democracia” israelí
Del simbolismo a la negativa estratégica: Masar Badil confronta la arquitectura de la democracia colonial
RIMA NAJJAR | 31 de julio de 2025
Masar Badil no pide reconocimiento: provoca rupturas. El 28 de marzo de 2025, coincidiendo con el Día Internacional de Al-Quds, el movimiento lanzó una directiva global: ocupar las calles, tomar las plazas públicas y rechazar el silencio. De Berlín a Bogotá, de Montreal a Marsella, Masar Badil convocó mezquitas, iglesias, sindicatos y grupos estudiantiles—no para expresar solidaridad, sino para presentar una acusación. El mensaje fue claro: no llores en silencio. No supliques alto el fuego. Nombra el genocidio. Enfrenta a los colaboradores. Rechaza la partición.
Jaldía Abubakra, miembro del Comité Ejecutivo de Masar Badil, dejó clara la magnitud de lo que está en juego:
“Si solo el 1% de los millones de mezquitas e iglesias en el mundo árabe e islámico se suma a las protestas, este movimiento tendrá un impacto importante para detener la agresión sionista.”
Sus palabras no eran una metáfora: eran estrategia. El llamado de Masar Badil iba más allá de Palestina, exigiendo apoyo a la resistencia yemení y confrontando la agresión sionista-imperialista en toda la región. No buscaba permiso; emitía una convocatoria.
En momentos de trauma histórico, algunas comunidades responden con resistencia organizada, mientras otras son forzadas al silencio. Hoy, mientras el genocidio colonial sionista de Israel convierte Gaza en polvo—transmitido en directo, imparable, industrializado y normalizado—las comunidades palestinas en el mundo se han movilizado con una oposición feroz: organizando, protestando, documentando y resistiendo. Pero dentro de la Línea Verde—donde la cercanía al poder estatal israelí debería provocar resistencia—persiste una inercia política.
A pesar de su propaganda, quienes siguen las noticias en Oriente Medio siempre han sabido que Israel no es una democracia. Es un régimen de supremacía judía, dominación colonial y destrucción sistemática de la vida palestina, su memoria y su agencia política. Mientras las fuerzas israelíes bombardean Gaza hasta la aniquilación, matan de hambre a familias en Rafah, cazan supervivientes en Khan Younis y entierran generaciones enteras bajo escombros y asedio, el Estado no está fallando: está funcionando exactamente como fue diseñado: para aniquilar cuerpos, borrar la memoria, destruir el testimonio y castigar la resistencia.
Esto no es una ruptura repentina ni un evento inesperado; es el resultado previsto de un sistema diseñado para impedir el surgimiento de un Estado democrático y laico.
Dentro de la Línea Verde(Territorios palestinos ocupados en 1948), la presencia palestina no es tolerada—es instrumentalizada. Las instituciones israelíes exhiben a los palestinos de 1948 como prueba de “diversidad”, mientras les niegan las herramientas de vida política. Su ciudadanía funciona como una trampa: no como un acceso a derechos, sino como un mecanismo de contención, una puesta en escena de inclusión que oculta la violencia de la exclusión.
Masar Badil, el Movimiento Palestino de la Ruta Revolucionaria Alternativa, entra en este terreno no como una voz permitida, sino como una negativa estratégica—confrontando un sistema construido sobre la dominación, donde la inclusión se utiliza como herramienta de control. Masar Badil acusa a toda la arquitectura de la democracia israelí y la complicidad global que la sostiene. Su llamado no es simbólico—es insurgente. Exige confrontar no solo el genocidio en Gaza, sino el andamiaje ideológico que lo hace posible, aceptable y repetible.
La democracia israelí no funciona mal—funciona para contener. Ofrece a los palestinos de 1948 una ilusión de acceso cívico mientras les despoja de sus herramientas políticas. Otorga ciudadanía sin soberanía, visibilidad sin voz y proximidad sin poder. El régimen no tolera la disidencia—diseña su desaparición.
La condición de los palestinos dentro de la Línea Verde es de parálisis fabricada: vigilados, censurados y castigados por disentir. Su realidad es ahogada por una distorsión calculada. Viven bajo un régimen que exige lealtad a un Estado que se define como exclusivamente judío. Se les pide amar a un gobierno que criminaliza su memoria, vigila su duelo y castiga su rechazo. En Gaza y Cisjordania, la exigencia es aún más grotesca: ama el bloqueo, ama los controles militares, ama los drones que cazan a tus hijos. En toda la Palestina histórica, el mensaje es el mismo: sométete o desaparece.
Dentro de la Línea Verde, las herramientas de la vida política no están rotas—han sido deliberadamente desafiladas. La educación cívica enseña obediencia, no historia. Los recursos legales ofrecen demora, no justicia. Las plataformas públicas premian la imitación, no la resistencia. Se permite la existencia de partidos árabes solo si renuncian al derecho al retorno, aceptan el carácter judío del Estado y hablan el lenguaje del compromiso. El régimen no teme la participación—teme el rechazo.
El panorama mediático refuerza esta contención con precisión quirúrgica. Medios en árabe como Hala TV en Nazaret, Radio A-Shams en Haifa y Panet—el sitio de noticias árabe más leído—operan bajo la sombra de la Segunda Autoridad de Radio y Televisión. Las licencias son condicionales; la autonomía editorial, precaria. Un solo segmento considerado como “incitación” puede desatar investigaciones, recortes de fondos o boicots publicitarios. La Ley de la Nakba prohíbe que las instituciones financiadas por el Estado reconozcan el despojo palestino, criminalizando la memoria histórica.
Este aparato no solo reprime la vida diaria—bloquea el futuro y criminaliza su imaginación. La visión de un Estado democrático y laico—desde el río hasta el mar—no está aplazada; está siendo desmantelada activamente. Si los palestinos dentro de Israel deben interiorizar su borrado para conservar sus trabajos, si los palestinos en Gaza deben aceptar el hambre en silencio, y si los palestinos en el exilio deben demostrar su humanidad para entrar en su propia tierra, entonces la democracia no es una promesa—es un arma.
Y sin embargo, de este colapso surge la claridad. La misma brutalidad de la represión revela lo que está en juego en la liberación. Movimientos como Masar Badil, la Campaña por un Solo Estado Democrático (ODSC), y declaraciones como Palestina del Mañana rechazan la coexistencia administrada o el compromiso sectario. Rechazan la ilusión binacional e insisten en la descolonización—no solo de la tierra, sino de la memoria, la narrativa y el aparato ideológico que exigía a los palestinos amar su despojo o desaparecer de la historia. Un solo Estado democrático y laico no es solo una respuesta a la partición—es una ruptura con la gramática del ocupante, una negativa a mostrar gratitud por sobrevivir, y una exigencia de que el testimonio palestino deje de ser simbólico y se convierta en la base del derecho y la justicia.
La famosa afirmación de Israel de ser “la única democracia en Oriente Medio” colapsa bajo el peso de su propia arquitectura. Si esto es democracia—donde la ciudadanía es una trampa, la memoria es un crimen y la supervivencia exige silencio—entonces la democracia no es una promesa. Es un arma. Y los movimientos que surgen de los escombros no buscan reformarla. Buscan reemplazarla.
Rima Najjar es una palestina cuyo padre proviene del pueblo de Lifta, despoblado por la fuerza y ubicado en las afueras occidentales de Jerusalén, y cuya madre es originaria de Ijzim, al sur de Haifa. Es activista, investigadora y profesora jubilada de literatura inglesa en la Universidad Al-Quds, en la Cisjordania ocupada.